Una vida por el Che
Por Marco Iannarelli y Julian Goya
Colaboradores: Lisandro Martín Benzecry; Agustín Favre y Magalí Tacchi
Fotos: Facundo Cevasco
Es Martes 13 de noviembre y la sensación térmica en Capital crece con el correr de las horas, llegando a los 28° a las 11 de la mañana.
—Hola muchachos, disculpen la demora.
Estaba comprando un par de cosas. —el hombre de camisa a rayas se acercaba
hacia la puerta de su casa con el diario debajo del brazo y una gaseosa en su
mano.
Carlos Calica Ferrer. |
Calica Ferrer abrió la
puerta vidriada del edificio donde vive y se encaminó hacia el ascensor. Una
vez en el primer piso, estiró su brazo y con un gesto nos invitó a pasar a su
living, donde pasaríamos cerca de dos horas reviviendo sus historias con
Ernesto.
Carlos “Calica” Ferrer Zorilla nació
en Alta Gracia, provincia de Córdoba, un 4 de abril de 1929. Hijo de un
reconocido médico especialista en enfermedades respiratorias, cuestión que lo
llevó a conocer en sus primeros años de vida a quien sería su gran amigo,
Ernesto Guevara de la Serna. Éste llegó
a esa ciudad con su familia proveniente de Buenos Aires buscando un alivio para el asma que lo
aquejaba.
A partir de allí, Ernesto y Calica
forjaron una amistad única durante toda su infancia y la adolescencia. Amistad
que lo llevó en 1953 a emprender un viaje aventurero por América Latina. De
esta travesía emerge la figura de Ernesto como el Che
Guevara,
quien sería años más tarde, nada más y nada menos, uno de los gestores de la Revolución Cubana en
1959.
Actualmente
Calica vive en Buenos Aires con su familia, en el barrio de Recoleta, lugar
donde nos abrió las puertas de su departamento para contar su historia de vida
junto a uno de los personajes más emblemáticos de la historia argentina, que
aún sigue latente por estos días.
Calica, cuéntenos ¿Cómo fue
su infancia en Córdoba y cómo conoció a Ernesto?
-Yo
lo conocí a Ernesto en el año 1932 cuando él tenía 4 años y yo 3. Ellos (NdeR: La familia Guevara) fueron a Alta Gracia buscando un clima para
el asma de Ernesto que era muy grave. Un médico en Buenos Aires, que era el
padre de Pacho O’Donell (Escritor y
periodista argentino), le recomendó que se fueran a Córdoba, a un lugar que
fuera alto, donde hubiera un clima más seco, y así fueron a parar a Alta
Gracia. Y el primer médico que lo vio,
fue mi padre, que era médico especialista en vías respiratorias. En ese momento
la tuberculosis hacía estragos en nuestro país y en el mundo. Así que ahí nace
la amistad porque enseguida nuestros padres se hicieron amigos y eso perduró para toda la vida, porque
yo sigo siendo amigo de los hermanos. Para mí la muerte de Celia (madre de
Ernesto) y Ernesto padre fueron muy dolorosas porque los consideraba como de mi
familia.
Él al principio, los primeros años, no fue al colegio, le enseñaba la madre y rendía a fin de año, hasta que el asma amainó, se puso mejor y empezó a ir al colegio. Yo fui compañero de él en quinto grado en el colegio Manuel Solares de Alta Gracia.
Él al principio, los primeros años, no fue al colegio, le enseñaba la madre y rendía a fin de año, hasta que el asma amainó, se puso mejor y empezó a ir al colegio. Yo fui compañero de él en quinto grado en el colegio Manuel Solares de Alta Gracia.
¿Cómo fueron esos primeros
años de amistad? ¿Y cómo era la relación entre las familias?
-Al
principio era muy gracioso. Los Guevara decían “no, no queremos ir a la casa de
esos pelotudos porque nos pelean” (risas)
y nosotros también, no queríamos ir a la casa. Íbamos a los cumpleaños y se
juntaba una cantidad de chicos, andábamos en patotas. Se juntaban los que
vivían cerca, los que vivíamos de este lado, esa cosa de competir, que siempre
la vida es así, sobre todo el sistema argentino. Así hasta después que fuimos más grandes y nos
hicimos obviamente amigos. Siempre hay un Guevara y un Ferrer más o menos de la
misma edad. Mi hermano que me sigue a mí, es médico y estudió las últimas
materias con Ernesto, es de la edad de Roberto (hermano de Guevara), que vive. Y después, mi hermano Horacio que
es médico también, psicoanalista, es de la edad de una de las hermanas (de Ernesto) que murió en Cuba, de Ana
María. Así que bueno, todos ellos vivieron en Alta Gracia. Nada que ver con lo que es
ahora. La casa de los Guevara terminaba en una cuadra, y en frente ya tenían el
monte. Así que ir a lo de Guevara era, prácticamente, ir a ‘pateperrear’ por
ahí en los arroyos… (hace una pausa como
recordando algo). Y bien dice su padre que el primer entrenamiento como
combatiente de Ernesto fue en Alta Gracia, porque Ernesto aprendió ahí a andar
a caballo, a nadar, a andar saltando entre las piedras de los arroyos que tenés
que saber andar, tenés que tener buenas piernas. Aprendió a orientarse, a tener
frío y aguantársela, y esas cosas que uno después no va a ir a la casa y
decirle “mamá, tuve frío” porque si no te dicen “entonces no salís mañana”. Así
que fue nuestra infancia. La casa de los Guevara fue siempre una casa muy
abierta tanto para los amigos ricos como para los amigos pobres. Porque Ernesto
vivía cerca de una cancha de golf, donde entraban a su casa tanto los chicos
que eran caddy como los que jugaban, los
pitucos, entre los que me consideraba yo. Pitucos porque no me criaron entre
pañales, ¿no? Pero éramos gente de mejor poder adquisitivo. Mi padre era
médico, trabajaba muy bien. Así que bueno, transcurrió una infancia muy linda,
llena de aventuras de esa época de chicos.
Imagen del libro “De
Ernesto al Che” de Calica Ferrer. Última fotografía juntos con Ernesto Guevara.
|
De chicos, a través de sus
familias, ¿Tuvieron alguna influencia política?
-Influyó mucho en Ernesto
la Guerra Civil Española, porque la vivimos muy de cerca. Tanto sus padres como
los míos eran pro república, en contra de Franco (líder del bando conservador de la contienda). En ese momento
vinieron una cantidad de asilados republicanos, a los cuales se les prestó toda
la atención y ayuda que se pudo. Ahí aparecieron en Alta Gracia los hermanos
González Aguilar, apareció también el famoso músico Manuel de Falla. En el
pueblo seis o siete cuadras no eran nada, estábamos todos cerca. Andábamos
mucho a caballo porque las calles todavía eran de tierra. Pasaba todos los días
el camión regador para bajar la tierra que se levantaba por los autos, entonces
así se asentaba la tierra. Ese fue el lugar donde Ernesto hizo sus primeras armas.
Él siguió la guerra con un mapita con lo que escuchaba por radio y lo que
escuchaba en su casa. Hizo que uno de los juegos principales, y bueno es muy
común en los chicos, sea jugar a la guerra. Siempre andábamos a las pedradas y
todo eso, juegos de guerra. Yo pienso que eso ha sido fruto de todo lo que él
escuchaba, y que escuchábamos todos sobre la guerra en España por la República,
donde el Nazismo y el Fascismo hicieron sus primeras experiencias desastrosas
por intermedio de Franco y con la bendición de la Santa Iglesia Católica (tono y gestos irónicos).
¿Hay alguna referencia,
anécdota, que lo haya hecho pensar a usted en la figura que luego se convirtió
Ernesto?
-
Ernesto tiene varias historias de esa época que se relacionan con Ernesto el
Che. Por ejemplo, un día había una fiesta en una casa cerca de la de ellos, y
él con un amigo le apuntaron unas cañitas voladoras (hace gestos explicando cómo eran) hacia adentro de esa casa donde
había un baile, entonces imagínate el despelote que se hizo cuando entró la
cañita entre toda la gente. Bueno, eso tiene que ver con que Ernesto inventó un
sistema de tirar granadas con el mismo fusil. Entonces yo digo que se tiene que
haber acordado que ya lo había hecho y que también le habrá costado alguna
penitencia. El Chancho (dice que así le
gustaba que le digan) ya muestra su forma de ser cuando, siempre cuento
esto, un día llega sin el guardapolvo y la madre le pregunta “Ernestito, ¿y el
guardapolvo?” y él le contesta “no mamá, se lo regalé a un chico porque como no
tenía (era un chico pobre aclara), la
maestra mañana no lo iba a dejar entrar”. Y esto lo cuento porque nosotros
fuimos a un colegio del Estado, no fuimos a un colegio privado. Pero nuestros
padres eran anticlericales, tanto los Guevara como mis padres. Los Guevara,
cuando entraban los curas a dar catecismo, salían, tenían la orden
de salir porque no querían que los curas los catequizaran.
También, cuando la abuela
le regalaba alguna platita, no era de ahorrarla o guardarla. Lo primero que
hacía era salir a buscar a los amigos y decir “che vamos a comer algo, a comer
unos sándwiches”, entonces íbamos a un bodegón donde hacían unos sándwiches de
mortadela y compartía, tenía alma de capo. No le fueran a tocar un hermano o un
amigo. Era un chico bueno, protector de su entorno y de todos los que lo
rodeaban. No le gustaban las injusticias.
Carlos Calica Ferrer. |
¿Tuvo
alguna experiencia donde sintió este tipo de defensa de Ernesto hacia usted?
--No
porque no tuvo necesidad. Sí una vuelta, yo lo cuento en mi libro (el libro se llama “De Ernesto al Che” y
tiene publicadas tres ediciones), nos habíamos peleado, entonces me dijo:
“bueno, si vos querés incorporarte de nuevo a la barra tenés que meterte por
ahí abajo” (explica que se trataba un
túnel que habían hecho por debajo de una piedra). ¿Qué iba a hacer? Me metí
por ese túnel, pensaba si habría algo, una víbora, un sapo o algo. Era una cosa
larga, más larga que este departamento… Entonces cuando salí, me dice “bueno, estás
reincorporado a la barra” (risas).
Calica, háblenos un poco de
su viaje con Ernesto…
--Bueno,
yo siempre me sentí muy honrado de que Ernesto me haya elegido a mí para
acompañarlo en el viaje.
¿Cómo fue la elección, él
se lo propuso?
-No,
no. Yo ya me quería ir, y Ernesto me había hablado de que él sabía que en
Venezuela había muy buenas posibilidades de trabajo, que se juntaba buena
plata…
Allí los esperaba Granado,
¿no?
-Claro,
saltamos directo a mi viaje, pero en el medio hubo muchas cosas. Entre otras,
hizo un primer viaje con Granado (otro
amigo de Ernesto), el de la moto, aunque la moto es un símbolo, porque les
duró hasta la altura de Santiago de Chile. Después siguieron como podían, con
la metodología que luego aplicamos en el viaje mío. Ya cuando se fueron me dijo
“bueno Calica, dentro de un año vamos a hacer otro viaje, quedate tranquilo”. En
la moto no cabían más que dos.
Y
bueno, yo me enteraba un montón de cosas porque ya vivíamos en Buenos Aires las
dos familias, entonces Celia me llamaba por teléfono para decirme “mirá, llegó
una carta de Ernestito”. Siempre escribía mucho y contaba todas las aventuras que
yo decía “¡cómo no fui yo también!” Pero no, no se podía.
La cuestión es que hacen ese viaje, y después,
cuando vuelven no le dábamos tiempo, le decíamos a Ernesto “vení, sentante y
contanos, porque vos en las cartas decís esto, esto y esto, pero debe haber
cosas que no le podías contar a tu vieja” (hace
un gesto de complicidad). En fin, me dice:
Ernesto:
-Calica, preparate que en un año nos vamos.
Calica:
-Pero a vos te faltan 13 materias para recibirte de médico.
Ernesto:
-No, pero las doy en un año.
Calica:
-¡Qué mierda las vas a dar en un año!
Ernesto:
-No, vos sabés que sí…
(NdeR:
Este diálogo fue recreado en base a lo narrado por Ferrer).
Entonces,
después hay un capítulo de un libro escrito por un rosarino, que se llama “Acá
lo tenés, pelotudo”, que es lo que me dijo Ernesto cuando se recibió, cuando
dio la última materia.
Se puede decir que lo
desafió…
-Claro,
yo sabía que iba a poder. Sabía que andaba bien porque estudiaba muchas
materias con mi hermano. Entonces yo lo tenía ahí “¡qué vas a hacer todo eso!”,
y lo terminó en un año…Así que bueno, entonces ahí planificamos el viaje. No
fue muy larga la planificación porque me propuso: “mirá Calica, yo ya viajé por
Chile, ¿Qué te parece si nos vamos por Bolivia que no conozco?” Mirá las vueltas que da la vida… (hace una pausa) Así que decidimos ir
por Bolivia. La preparación era tirando más a ir buscando algunas
recomendaciones del camino, y después me enteré que era porque había algunos
lugares donde podíamos comer más o menos, comíamos en alguna casa o cosas así.
Según se dice, Ernesto era
de buen comer…
-Sí,
sí, comía bien. Cuando tenía asma, sólo comía arroz y tomaba mate. Él ya se
había automedicado. Había hecho una experiencia con un médico especialista en
alergias en Buenos Aires, porque lógicamente el asma debe tener algo que ver
con la alergia, inclusive pienso que por eso Ernesto estudió medicina. Cuando
estaba bien, comía hasta piedras, lo que viniera, digería perfecto (dice en
tono irónico). Y bueno, el viaje fue
así. Nosotros comíamos cosas que nunca supe qué era lo que comíamos, así que
agarrábamos un cacho en un papel de diario, y ahí morfábamos (hace gesto de
cómo comían). Yo por ejemplo le tengo alergia al mondongo, y pienso en los
mondongos que me habré morfado ahí con yuyos y picante (risas). Le ponían mucho
picante porque era una forma de disimular la comida pasada, como no había
heladeras, a la carne le metían la mayor cantidad de picante, entonces no
sentías el olor, o si estaba media podrida la carne de vaca, comíamos algo de chancho por ahí. Así que ese
fue el principio…
¿Cómo manejaron el tema
económico?
-
Y plata… Teníamos muy poca plata. Por
esas cosas de familia, algún ahorro o algún adelanto de alguna plata que te
podían dar tus padres, abuelas, tías, qué se yo… Así juntamos una cantidad cada
uno, me parece que alrededor de 9 mil pesos, no me acuerdo bien cuánto era (hace un movimiento con su cabeza intentando
recordar). Otra cosa, como en aquella época no había esos cinturones que
hay hoy para guardar plata (NdeR:
Riñonera), mi madre me fabricó un cinturón con la parte de arriba de unos
calzoncillos que venían antes, que tenían una cosa ancha de elástico. A eso le
puso a eso dos bolsillos y Ernesto lo
bautizó “Cinturón de castidad”. Cuando
necesitaba plata venía y me decía “Calica, necesito guita” y yo tenía que irme
a un lugar donde poder sacarme la ropa para sacar la plata del cinturón de
castidad.
¿Cuáles fueron algunas
otras dificultades que se les presentaron?
-Las visas por ejemplo, no
conseguimos ninguna. La única visa que conseguimos fue la de Bolivia. Para mí,
esto fue el principio de la historia del
Che, porque llegar a Bolivia fue encontrarnos con una revolución que nosotros
no conocíamos (NdeR: Revolución en 1952 a través del Movimiento Nacionalista
Revolucionario), habían nacionalizado las minas, habían disuelto el ejército y
armados a los mineros, y habían decretado la reforma agraria…
Calica Ferrer en el living de su casa en Recoleta. |
¿Y qué pasó una vez que
llegaron a Bolivia?
-Ni bien llegamos a Bolivia
fuimos a visitar una mina para tomar cuenta del maltrato al que habían sido sometidos
los mineros en la misma, que ya estaban nacionalizadas. También se nos ofreció
quedarnos a trabajar ahí, a Ernesto como médico y a mí en un puesto como
enfermero con un sueldo, porque había
dejado de estudiar hacía poco. Pero si nos quedábamos en Bolivia no nos íbamos
más, porque estaba muy desvalorizada la moneda.
¿Veía algo en Ernesto ahí
en Bolivia que lo llevara a desencadenar en lo que luego fue el Che?
-
El Che en ese momento era Ernestito, Ernesto, Chancho. Puedo hablar de la madera donde se talló
después el retrato del Che. Era un tipo correcto, buena persona, inteligente,
valiente, físicamente apto para todo tipo de deportes, ese tipo de viaje era
especial para él. Ernesto, sin que yo lo supiera, antes de irnos había ido a la
biblioteca y estudió toda la civilización
Inca, para que no le metan el perro de querer mostrarle una ruina que no era.
Bolivia fue muy importante en la vida del Che, vos pensá que 14 años después de
ese viaje lo asesinaron, en junio de 1953. Ése viaje termina cuando Ernesto lo
conoce a Fidel. Si le querés dar un crédito más, él había conocido muchos
dirigentes políticos a los cuáles no les creía nada, en cambio el proyecto de
Fidel le gustó y se embarcó. Ernesto se quedó hablando con Fidel toda la noche,
y éste al otro día anuncia que ya tenían médico para la expedición. Y bueno,
ahí comienza toda la historia, yo creo que el día que lo conoce a Fidel,
Ernesto comienza a ser el Che.
¿Cómo prosiguió el viaje?
¿Cuándo se separa de Ernesto? Usted finalmente llegó a Caracas…
- Nos
separamos en Guayaquil. Habíamos decidido que en vez de ir a Venezuela nos
encontraríamos en Guayaquil, tres estudiantes argentinos y el Gordo Rojo, que
escribió el primer libro y además es un mentiroso, dice que viajó con nosotros
y no fue así, sino que iba de ciudad en ciudad. La idea de irnos a Guatemala era
conocer el experimento democrático de un gobierno ganado por el pueblo¿Cuál era
la forma? (se pregunta) Intentamos
todo porque teníamos una conexión con la mujer de Velasco Ibarra, que era el
presidente y la mujer era argentina, pero cuando la fuimos a ver se avivó de
que nosotros casi no la conocíamos. Avión entonces, cero. Por tierra no se
podía pasar, hasta que conseguimos un barquito que llevaba bananas desde
Ecuador a Panamá nos llevara de a dos, pero ¿Qué pasó? Se fueron los dos
primeros y desaparecieron. Uno de ellos era pibe, el doctor Oscar Valdovinos,
uno de los creadores del PI (NdeR: Partido Intransigente), abogado
laboralista, y el gordo Rojo. Ahí yo me voy a Quito a jugar al fútbol, a ver si
podía ganarme unos mangos, y estando en Quito llega el barco. Me llegaron dos
telegramas: “Esperame que sigo con vos”, “Mañana cargo y me voy para Panamá
con Eduardo García”. Este era un abogado
de La Plata que era un hermano mayor para mí. Ahí es cuando yo me separo y
Ernesto sigue hasta Panamá y después hasta Guatemala.
Finalmente
yo termino en Venezuela, con Granado. Allí nos mandábamos cartas con Ernesto, y
le mandábamos alguna ayuda económica, hasta que empezaron los silencios. Un día
Granado me trae la tapa del diario nacional y vemos una foto en la tapa que
decía: “Cubanos presos preparaban una expedición para invadir Cuba, entre los
que venía un médico argentino, Ernesto Guevara”. Nos dimos cuenta de que el
silencio era porque Ernesto no podía mandar una carta diciendo voy a hacer tal
cosa.
Calica Ferrer, eterno compañero del Che. |
¿Qué es lo que reflejó
Ernesto en su vida y cómo lo recuerda?
-Pasé
del desconsuelo, del odio, de la bronca, de la muerte. Me costó mucho ver la
foto (NdeR: se refiere a la foto de
cuando es atrapado y ultimado). Yo decía que no era el Che. Pasó el tiempo
y me preguntaba a qué carajo fue a meterse ahí, por qué no se quedó en Cuba. Después
me di cuenta de que no, Ernesto había pensado la jugada como un jugador de
ajedrez. Abrió un frente de combate en el corazón de América, en un país que
tenía muchas fronteras, donde se dieron muchas circunstancias para que
terminara como terminó. Pero la guerra la ganó Ernesto, perdió la vida en la
batalla. La guerra la gana cuando asume Evo Morales, con quien he tenido el
honor de ser invitado a comer en la Paz...Hoy,
en la región se habla de votos y no de botas ni de tiros.
Calica desde entonces ha
dedicado su vida a pregonar la figura del Che, sin olvidar que primero fue
Ernesto, ese joven, amigo desde la infancia, que quiso iniciar un segundo
viaje, travesía que cambiaría el resto de sus vidas convirtiendo a Calica en
un fiel militante de la causa y un hombre de palabra cuya suerte quedaría en
Venezuela y a Ernesto inmortalizado en la figura del Che Guevara. Por eso,
destaca que Ernesto: “Supo despertar el espíritu libertario de los pueblos de
América” Él sabía que se podía despertar eso realmente. Inclusive Ernesto hizo
mi vejez mucha más útil y grata”.
Muy bueno muchachos!
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