martes, 20 de noviembre de 2012

Entrevista a Carlos "Calica" Ferrer.


Una vida por el Che



 Por Marco Iannarelli y Julian Goya
Colaboradores: Lisandro Martín Benzecry; Agustín Favre y Magalí Tacchi
Fotos: Facundo Cevasco


Es Martes 13 de noviembre  y la sensación térmica en Capital crece con el correr de las horas, llegando a los 28° a las 11 de la mañana.
—Hola muchachos, disculpen la demora. Estaba comprando un par de cosas. —el hombre de camisa a rayas se acercaba hacia la puerta de su casa con el diario debajo del brazo y una gaseosa en su mano.
Carlos Calica Ferrer.
Calica Ferrer abrió la puerta vidriada del edificio donde vive y se encaminó hacia el ascensor. Una vez en el primer piso, estiró su brazo y con un gesto nos invitó a pasar a su living, donde pasaríamos cerca de dos horas reviviendo sus historias con Ernesto.
            Carlos “Calica” Ferrer Zorilla nació en Alta Gracia, provincia de Córdoba, un 4 de abril de 1929. Hijo de un reconocido médico especialista en enfermedades respiratorias, cuestión que lo llevó a conocer en sus primeros años de vida a quien sería su gran amigo, Ernesto Guevara de la Serna. Éste  llegó a esa ciudad con su familia proveniente de Buenos Aires  buscando un alivio para el asma que lo aquejaba.
            A partir de allí, Ernesto y Calica forjaron una amistad única durante toda su infancia y la adolescencia. Amistad que lo llevó en 1953 a emprender un viaje aventurero por América Latina. De esta travesía emerge la figura de Ernesto como el Che
Guevara, quien sería años más tarde, nada más y nada menos,  uno de los gestores de la Revolución Cubana en 1959.
Actualmente Calica vive en Buenos Aires con su familia, en el barrio de Recoleta, lugar donde nos abrió las puertas de su departamento para contar su historia de vida junto a uno de los personajes más emblemáticos de la historia argentina, que aún sigue latente por estos días.

Calica, cuéntenos ¿Cómo fue su infancia en Córdoba y cómo conoció a Ernesto?
-Yo lo conocí a Ernesto en el año 1932 cuando él tenía 4 años y yo 3. Ellos (NdeR: La familia Guevara)  fueron a Alta Gracia buscando un clima para el asma de Ernesto que era muy grave. Un médico en Buenos Aires, que era el padre de Pacho O’Donell (Escritor y periodista argentino), le recomendó que se fueran a Córdoba, a un lugar que fuera alto, donde hubiera un clima más seco, y así fueron a parar a Alta Gracia. Y el primer médico que lo  vio, fue mi padre, que era médico especialista en vías respiratorias. En ese momento la tuberculosis hacía estragos en nuestro país y en el mundo. Así que ahí nace la amistad porque enseguida nuestros padres se hicieron amigos y eso perduró para toda la vida, porque yo sigo siendo amigo de los hermanos. Para mí la muerte de Celia (madre de Ernesto) y Ernesto padre fueron muy dolorosas porque los consideraba como de mi familia. 
 Él al principio, los primeros años, no fue al colegio, le enseñaba la madre y  rendía a fin de año, hasta que el asma amainó, se puso mejor y empezó a ir al colegio. Yo fui compañero de él en quinto grado en el colegio Manuel Solares de Alta Gracia.

¿Cómo fueron esos primeros años de amistad? ¿Y cómo era la relación entre las familias?
-Al principio era muy gracioso. Los Guevara decían “no, no queremos ir a la casa de esos pelotudos porque nos pelean” (risas) y nosotros también, no queríamos ir a la casa. Íbamos a los cumpleaños y se juntaba una cantidad de chicos, andábamos en patotas. Se juntaban los que vivían cerca, los que vivíamos de este lado, esa cosa de competir, que siempre la vida es así, sobre todo el sistema argentino. Así  hasta después que fuimos más grandes y nos hicimos obviamente amigos. Siempre hay un Guevara y un Ferrer más o menos de la misma edad. Mi hermano que me sigue a mí, es médico y estudió las últimas materias con Ernesto, es de la edad de Roberto (hermano de Guevara), que vive. Y después, mi hermano Horacio que es médico también, psicoanalista, es de la edad de una de las hermanas (de Ernesto) que murió en Cuba, de Ana María. Así que bueno, todos ellos vivieron en Alta Gracia. Nada que ver con lo que es ahora. La casa de los Guevara terminaba en una cuadra, y en frente ya tenían el monte. Así que ir a lo de Guevara era, prácticamente, ir a ‘pateperrear’ por ahí en los arroyos… (hace una pausa como recordando algo). Y bien dice su padre que el primer entrenamiento como combatiente de Ernesto fue en Alta Gracia, porque Ernesto aprendió ahí a andar a caballo, a nadar, a andar saltando entre las piedras de los arroyos que tenés que saber andar, tenés que tener buenas piernas. Aprendió a orientarse, a tener frío y aguantársela, y esas cosas que uno después no va a ir a la casa y decirle “mamá, tuve frío” porque si no te dicen “entonces no salís mañana”. Así que fue nuestra infancia. La casa de los Guevara fue siempre una casa muy abierta tanto para los amigos ricos como para los amigos pobres. Porque Ernesto vivía cerca de una cancha de golf, donde entraban a su casa tanto los chicos que eran caddy como los que jugaban,  los pitucos, entre los que me consideraba yo. Pitucos porque no me criaron entre pañales, ¿no? Pero éramos gente de mejor poder adquisitivo. Mi padre era médico, trabajaba muy bien. Así que bueno, transcurrió una infancia muy linda, llena de aventuras de esa época de chicos.


Imagen del libro “De Ernesto al Che” de Calica Ferrer. Última fotografía juntos con Ernesto Guevara.
De chicos, a través de sus familias, ¿Tuvieron alguna influencia política?
-Influyó mucho en Ernesto la Guerra Civil Española, porque la vivimos muy de cerca. Tanto sus padres como los míos eran pro república, en contra de Franco (líder del bando conservador de la contienda). En ese momento vinieron una cantidad de asilados republicanos, a los cuales se les prestó toda la atención y ayuda que se pudo. Ahí aparecieron en Alta Gracia los hermanos González Aguilar, apareció también el famoso músico Manuel de Falla. En el pueblo seis o siete cuadras no eran nada, estábamos todos cerca. Andábamos mucho a caballo porque las calles todavía eran de tierra. Pasaba todos los días el camión regador para bajar la tierra que se levantaba por los autos, entonces así se asentaba la tierra. Ese fue el lugar donde Ernesto hizo sus primeras armas. Él siguió la guerra con un mapita con lo que escuchaba por radio y lo que escuchaba en su casa. Hizo que uno de los juegos principales, y bueno es muy común en los chicos, sea jugar a la guerra. Siempre andábamos a las pedradas y todo eso, juegos de guerra. Yo pienso que eso ha sido fruto de todo lo que él escuchaba, y que escuchábamos todos sobre la guerra en España por la República, donde el Nazismo y el Fascismo hicieron sus primeras experiencias desastrosas por intermedio de Franco y con la bendición de la Santa Iglesia Católica (tono y gestos irónicos).

¿Hay alguna referencia, anécdota, que lo haya hecho pensar a usted en la figura que luego se convirtió Ernesto?
- Ernesto tiene varias historias de esa época que se relacionan con Ernesto el Che. Por ejemplo, un día había una fiesta en una casa cerca de la de ellos, y él con un amigo le apuntaron unas cañitas voladoras (hace gestos explicando cómo eran) hacia adentro de esa casa donde había un baile, entonces imagínate el despelote que se hizo cuando entró la cañita entre toda la gente. Bueno, eso tiene que ver con que Ernesto inventó un sistema de tirar granadas con el mismo fusil. Entonces yo digo que se tiene que haber acordado que ya lo había hecho y que también le habrá costado alguna penitencia. El Chancho (dice que así le gustaba que le digan) ya muestra su forma de ser cuando, siempre cuento esto, un día llega sin el guardapolvo y la madre le pregunta “Ernestito, ¿y el guardapolvo?” y él le contesta “no mamá, se lo regalé a un chico porque como no tenía (era un chico pobre aclara), la maestra mañana no lo iba a dejar entrar”. Y esto lo cuento porque nosotros fuimos a un colegio del Estado, no fuimos a un colegio privado. Pero nuestros padres eran anticlericales, tanto los Guevara como mis padres. Los Guevara, cuando entraban los curas a dar catecismo, salían, tenían la orden de salir porque no querían que los curas los catequizaran.
También, cuando la abuela le regalaba alguna platita, no era de ahorrarla o guardarla. Lo primero que hacía era salir a buscar a los amigos y decir “che vamos a comer algo, a comer unos sándwiches”, entonces íbamos a un bodegón donde hacían unos sándwiches de mortadela y compartía, tenía alma de capo. No le fueran a tocar un hermano o un amigo. Era un chico bueno, protector de su entorno y de todos los que lo rodeaban. No le gustaban las injusticias.
Carlos Calica Ferrer.

¿Tuvo alguna experiencia donde sintió este tipo de defensa de Ernesto hacia usted?
--No porque no tuvo necesidad. Sí una vuelta, yo lo cuento en mi libro (el libro se llama “De Ernesto al Che” y tiene publicadas tres ediciones), nos habíamos peleado, entonces me dijo: “bueno, si vos querés incorporarte de nuevo a la barra tenés que meterte por ahí abajo” (explica que se trataba un túnel que habían hecho por debajo de una piedra). ¿Qué iba a hacer? Me metí por ese túnel, pensaba si habría algo, una víbora, un sapo o algo. Era una cosa larga, más larga que este departamento… Entonces cuando salí, me dice “bueno, estás reincorporado a la barra” (risas).

Calica, háblenos un poco de su viaje con Ernesto…
--Bueno, yo siempre me sentí muy honrado de que Ernesto me haya elegido a mí para acompañarlo en el viaje.

¿Cómo fue la elección, él se lo propuso?
-No, no. Yo ya me quería ir, y Ernesto me había hablado de que él sabía que en Venezuela había muy buenas posibilidades de trabajo, que se juntaba buena plata…

Allí los esperaba Granado, ¿no?
-Claro, saltamos directo a mi viaje, pero en el medio hubo muchas cosas. Entre otras, hizo un primer viaje con Granado (otro amigo de Ernesto), el de la moto, aunque la moto es un símbolo, porque les duró hasta la altura de Santiago de Chile. Después siguieron como podían, con la metodología que luego aplicamos en el viaje mío. Ya cuando se fueron me dijo “bueno Calica, dentro de un año vamos a hacer otro viaje, quedate tranquilo”. En la moto no cabían más que dos.
Y bueno, yo me enteraba un montón de cosas porque ya vivíamos en Buenos Aires las dos familias, entonces Celia me llamaba por teléfono para decirme “mirá, llegó una carta de Ernestito”. Siempre escribía mucho y contaba todas las aventuras que yo decía “¡cómo no fui yo también!” Pero no, no se podía.
 La cuestión es que hacen ese viaje, y después, cuando vuelven no le dábamos tiempo, le decíamos a Ernesto “vení, sentante y contanos, porque vos en las cartas decís esto, esto y esto, pero debe haber cosas que no le podías contar a tu vieja” (hace un gesto de complicidad). En fin, me dice:
Ernesto: -Calica, preparate que en un año nos vamos.
Calica: -Pero a vos te faltan 13 materias para recibirte de médico.
Ernesto: -No, pero las doy en un año.
Calica: -¡Qué mierda las vas a dar en un año!
Ernesto: -No, vos sabés que sí…
(NdeR: Este diálogo fue recreado en base a lo narrado por Ferrer).
Entonces, después hay un capítulo de un libro escrito por un rosarino, que se llama “Acá lo tenés, pelotudo”, que es lo que me dijo Ernesto cuando se recibió, cuando dio la última materia.

Se puede decir que lo desafió…
-Claro, yo sabía que iba a poder. Sabía que andaba bien porque estudiaba muchas materias con mi hermano. Entonces yo lo tenía ahí “¡qué vas a hacer todo eso!”, y lo terminó en un año…Así que bueno, entonces ahí planificamos el viaje. No fue muy larga la planificación porque me propuso: “mirá Calica, yo ya viajé por Chile, ¿Qué te parece si nos vamos por Bolivia que  no conozco?” Mirá las vueltas que da la vida… (hace una pausa) Así que decidimos ir por Bolivia. La preparación era tirando más a ir buscando algunas recomendaciones del camino, y después me enteré que era porque había algunos lugares donde podíamos comer más o menos, comíamos en alguna casa o cosas así.



Según se dice, Ernesto era de buen comer…
-Sí, sí, comía bien. Cuando tenía asma, sólo comía arroz y tomaba mate. Él ya se había automedicado. Había hecho una experiencia con un médico especialista en alergias en Buenos Aires, porque lógicamente el asma debe tener algo que ver con la alergia, inclusive pienso que por eso Ernesto estudió medicina. Cuando estaba bien, comía hasta piedras, lo que viniera, digería perfecto (dice en tono irónico). Y bueno,  el viaje fue así. Nosotros comíamos cosas que nunca supe qué era lo que comíamos, así que agarrábamos un cacho en un papel de diario, y ahí morfábamos (hace gesto de cómo comían). Yo por ejemplo le tengo alergia al mondongo, y pienso en los mondongos que me habré morfado ahí con yuyos y picante (risas). Le ponían mucho picante porque era una forma de disimular la comida pasada, como no había heladeras, a la carne le metían la mayor cantidad de picante, entonces no sentías el olor, o si estaba media podrida la carne de vaca,  comíamos algo de chancho por ahí. Así que ese fue el principio…


¿Cómo manejaron el tema económico?
- Y  plata… Teníamos muy poca plata. Por esas cosas de familia, algún ahorro o algún adelanto de alguna plata que te podían dar tus padres, abuelas, tías, qué se yo… Así juntamos una cantidad cada uno, me parece que alrededor de 9 mil pesos, no me acuerdo bien cuánto era (hace un movimiento con su cabeza intentando recordar). Otra cosa, como en aquella época no había esos cinturones que hay hoy para guardar plata (NdeR: Riñonera), mi madre me fabricó un cinturón con la parte de arriba de unos calzoncillos que venían antes, que tenían una cosa ancha de elástico. A eso le puso a eso dos bolsillos  y Ernesto lo bautizó “Cinturón de castidad”.  Cuando necesitaba plata venía y me decía “Calica, necesito guita” y yo tenía que irme a un lugar donde poder sacarme la ropa para sacar la plata del cinturón de castidad.

¿Cuáles fueron algunas otras dificultades que se les presentaron?
-Las visas por ejemplo, no conseguimos ninguna. La única visa que conseguimos fue la de Bolivia. Para mí, esto fue  el principio de la historia del Che, porque llegar a Bolivia fue encontrarnos con una revolución que nosotros no conocíamos (NdeR: Revolución en 1952 a través del Movimiento Nacionalista Revolucionario), habían nacionalizado las minas, habían disuelto el ejército y armados a los mineros, y habían decretado la reforma agraria…
Calica Ferrer en el living de su casa en Recoleta.

¿Y qué pasó una vez que llegaron a Bolivia?
-Ni bien llegamos a Bolivia fuimos a visitar una mina para tomar cuenta del maltrato al que habían sido sometidos los mineros en la misma, que ya estaban nacionalizadas. También se nos ofreció quedarnos a trabajar ahí, a Ernesto como médico y a mí en un puesto como enfermero con un  sueldo, porque había dejado de estudiar hacía poco. Pero si nos quedábamos en Bolivia no nos íbamos más, porque estaba muy desvalorizada la moneda.

¿Veía algo en Ernesto ahí en Bolivia que lo llevara a desencadenar en lo que luego fue el Che?
- El Che en ese momento era Ernestito, Ernesto, Chancho.  Puedo hablar de la madera donde se talló después el retrato del Che. Era un tipo correcto, buena persona, inteligente, valiente, físicamente apto para todo tipo de deportes, ese tipo de viaje era especial para él. Ernesto, sin que yo lo supiera, antes de irnos había ido a la biblioteca y  estudió toda la civilización Inca, para que no le metan el perro de querer mostrarle una ruina que no era. Bolivia fue muy importante en la vida del Che, vos pensá que 14 años después de ese viaje lo asesinaron, en junio de 1953. Ése viaje termina cuando Ernesto lo conoce a Fidel. Si le querés dar un crédito más, él había conocido muchos dirigentes políticos a los cuáles no les creía nada, en cambio el proyecto de Fidel le gustó y se embarcó. Ernesto se quedó hablando con Fidel toda la noche, y éste al otro día anuncia que ya tenían médico para la expedición. Y bueno, ahí comienza toda la historia, yo creo que el día que lo conoce a Fidel, Ernesto comienza a ser el Che.

¿Cómo prosiguió el viaje? ¿Cuándo se separa de Ernesto? Usted finalmente llegó a Caracas…
- Nos separamos en Guayaquil. Habíamos decidido que en vez de ir a Venezuela nos encontraríamos en Guayaquil, tres estudiantes argentinos y el Gordo Rojo, que escribió el primer libro y además es un mentiroso, dice que viajó con nosotros y no fue así, sino que iba de ciudad en ciudad. La idea de irnos a Guatemala era conocer el experimento democrático de un gobierno ganado por el pueblo¿Cuál era la forma? (se pregunta) Intentamos todo porque teníamos una conexión con la mujer de Velasco Ibarra, que era el presidente y la mujer era argentina, pero cuando la fuimos a ver se avivó de que nosotros casi no la conocíamos. Avión entonces, cero. Por tierra no se podía pasar, hasta que conseguimos un barquito que llevaba bananas desde Ecuador a Panamá nos llevara de a dos, pero ¿Qué pasó? Se fueron los dos primeros y desaparecieron. Uno de ellos era pibe, el doctor Oscar Valdovinos, uno de los creadores del PI (NdeR: Partido Intransigente), abogado laboralista, y el gordo Rojo. Ahí yo me voy a Quito a jugar al fútbol, a ver si podía ganarme unos mangos, y estando en Quito llega el barco. Me llegaron dos telegramas: “Esperame que sigo con vos”, “Mañana cargo y me voy para Panamá con  Eduardo García”. Este era un abogado de La Plata que era un hermano mayor para mí. Ahí es cuando yo me separo y Ernesto sigue hasta Panamá y después hasta Guatemala.
Finalmente yo termino en Venezuela, con Granado. Allí nos mandábamos cartas con Ernesto, y le mandábamos alguna ayuda económica, hasta que empezaron los silencios. Un día Granado me trae la tapa del diario nacional y vemos una foto en la tapa que decía: “Cubanos presos preparaban una expedición para invadir Cuba, entre los que venía un médico argentino, Ernesto Guevara”. Nos dimos cuenta de que el silencio era porque Ernesto no podía mandar una carta diciendo voy a hacer tal cosa.

Calica Ferrer, eterno compañero del Che.

¿Qué es lo que reflejó Ernesto en su vida y cómo lo recuerda?
-Pasé del desconsuelo, del odio, de la bronca, de la muerte. Me costó mucho ver la foto (NdeR: se refiere a la foto de cuando es atrapado y ultimado). Yo decía que no era el Che. Pasó el tiempo y me preguntaba a qué carajo fue a meterse ahí, por qué no se quedó en Cuba. Después me di cuenta de que no, Ernesto había pensado la jugada como un  jugador de ajedrez. Abrió un frente de combate en el corazón de América, en un país que tenía muchas fronteras, donde se dieron muchas circunstancias para que terminara como terminó. Pero la guerra la ganó Ernesto, perdió la vida en la batalla. La guerra la gana cuando asume Evo Morales, con quien he tenido el honor de ser invitado a  comer en la Paz...Hoy, en la región se habla de votos y no de botas ni de tiros.

Calica desde entonces ha dedicado su vida a pregonar la figura del Che, sin olvidar que primero fue Ernesto, ese joven, amigo desde la infancia, que quiso iniciar un segundo viaje, travesía que cambiaría el resto de sus vidas convirtiendo a Calica en un fiel militante de la causa y un hombre de palabra cuya suerte quedaría en Venezuela y a Ernesto inmortalizado en la figura del Che Guevara. Por eso, destaca que Ernesto: “Supo despertar el espíritu libertario de los pueblos de América” Él sabía que se podía despertar eso realmente. Inclusive Ernesto hizo mi vejez mucha más útil y grata”.

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